Mercurio Editorial

El libro, el valor de la eternidad

  


 

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Recortes de diarios

Serge Fauchereau [Prólogo: Nilo Palenzuela] [Traducción: Eugenio Padorno]. Narrativa. Colección Lenguas que viajan, 1. 1 Edición. 2019. cartoné. 13x21 cm. 92p. ISBN: 978-84-17890-07-0

Hay un cuadro de Brueghel el Viejo que bien pudiera ilustrar el
movimiento de la escritura en dos poetas que ahora convergen en el espacio de la traducción. Se trata de Paisaje con la caída de Ícaro. Sobre esta obra escribieron textos espléndidos autores que bien conoció Serge Fauchereau cuando impartía clases de literatura norteamericana en la Universidad de Nueva York, incluso antes. Me refiero a W . C. Williams y W . H. Auden. También Eugenio Padorno conoció pronto el cuadro y el poe ma de Auden, pues lo tradujo su amigo Jorge Rodríguez Padrón para una revista de la que fueron colaboradores: Fablas. Paisaje con la caída de Ícaro describe la realidad para aquellos que ven el mundo con la confianza en la identidad y en ausencia de dudas, algo de lo que están lejos el escritor francés y el poeta canario. Ícaro, el personaje mítico que había huido del laberinto y que quiso llegar al territorio divino, al sol, se precipita en medio del mar. Brueghel revela que la caída pasa por completo desapercibida. Ante la casi imperceptible escena de una Ícaro que se hunde en el mar, los campesinos continúan con sus labores y un barco próximo sigue su viaje, inalterables. El vuelo icario, tan propio de la poesía, es la mejor síntesis del final de cualquier ambición excesiva. Los poetas anhelan, quieren conocer más, pudieran dar al sol alcance y persistir en todo aquello que han nombra do, pero las palabras solo se mantienen un instante en vilo. Como en la vida y en el tiempo, siempre llega el mo mento del precipicio y del silencio. El retrato del paisaje de Brueghel es el retrato también del poeta que sabe que todo su ejercicio de escritura es un destello, una súbita revelación de las palabras, a veces más sublimes; otras, más anodinas. las palabras revelan algo que cuando se mira bien ya no está ahí, como el Ícaro. Se trata de una ficción que aparece y desaparece. Serge Fauchereau nace en 1939. Después de dedicar varios libros a la poesía anglosajona, irlandesa y norteamericana, marcha a Nueva York a comienzos de los 70. Más tarde abandona la universidad, retorna a París, y se dedica a comisariar exposiciones y a escribir libros de arte. Colabora en el Centro de Arte Pompidou y en los más impartes museos europeos e internacionales. Su nomadismo, del que dan cuenta sus textos, ha sido extraordinario: México DF , Oaxaca, Montevideo, Seúl, Baalbek, Chisinau, Osaka, Kaunas, Detroit, Austin, Bonn, Madrid, Venecia, Bucarest, Moscú, las Palmas de Gran Canaria... Eugenio Padorno nace 1942 y en los años 80, tam bién con algunos libros publicados, marcha París, donde permanece algunos años como profesor. No coincidió entonces con Serge Fauchereau, aunque sí con algún amigo común, como Bernard Noël. Eugenio Padorno regresa a su isla y, desde entonces, el laberinto del mundo es constante en sus lecturas, en sus referencias, en sus movimientos poéticos. Fauchereau y Padorno coinciden muchos años después en las Palmas de Gran Canaria, a través de otro amigo: el escultor Martín Chirino. En uno y otro la escritura está tocada por el destino de Ícaro y por la conciencia del laberinto; en uno y otro, se percibe que la escritura es un acto individual que da cuenta de la aparición de un ser que se abre hacia los recuerdos, las percepciones, a realidades que apenas puede decirse. los dos tocan a menudo cuerdas similares: hablan del tiempo, del instante que se abre desde el presen te hacia el pasado de forma fortuita o hermética, o hacia el futuro de manera no menos enigmática. los dos son conscientes, cada vez más, del sentido del tiempo y de la abolición de un ser, que no es solo entidad metafísica. Por otro lado, Fauchereau y Padorno han hablado de fotografía, de postales, de representaciones, de esos momentos que quedan grabados en el papel y que solo vuelven a cobrar vida si se les imagina, a sabiendas de que to do callará sin mucha trascendencia, como el Ícaro de Brueghel. En Entre el lugar y más allá (2005) Eugenio Padorno habla de la fotografía de las Canteras, un trozo de recuerdo en la ruptura de la continuidad del tiempo y el espacio. En los textos ahora traducidos por el poeta canario, se puede ver también como Fauchereau se detie ne ante el sentido —y el sinsentido— de las fotografías.
Es el instante congelado que nada dice, que solo es silen cio cuando pasan los años y los allí presentes han huido o ya no están. la sensibilidad ante el tiempo y la afirmación personalísima de la escritura los acercan, aunque Fauchereau y Padorno sean en tantas cosas muy diferen tes. El francés es ajeno al idealismo y poco amigo de tras cendencias, capaz de escribir, como su amigo Philippe Soupault, sin hacer ninguna corrección al texto; Eugenio repasa una y otra vez sus escritos, los corrige sin fin. Para el francés, el laberinto no presenta ninguna unidad que dé sentido a todo; su escritura solo vive del desplazamien to continuo y de una asombrosa multiplicidad de imágen es, palabras y recuerdos, que aparecen con sus extrañas incoherencias. Para el canario, la unidad, aunque en ausencia radical, todo los sostiene, todo irradia o viene de ahí. los dos persisten en la soledad de la escritura, miran a los otros y se miran a sí mismos, insisten en su nomadis mo imaginario o real, en los recuerdos que van y vienen. Serge Fauchereau visita el Hotel Aguere, en la laguna, allí donde se hospedó Agustín Espinosa; evoca el crimen del surrealista canario e inmediatamente recuerda la habitación del hotel de leningrado donde se suicidó el poe ta Essenin, donde había estado tiempo atrás. Eugenio Padorno, en El tejedor y la Pensada(2010), cita palabras de Lamuerte, de Vladimir Jankélévitch después de evocar a Domingo Rivero; y antes de entrar en los «autorretratos» de Cuando el faro es un huso para el vellón de nubes (2017) cita al poeta de las máscaras y de las alteridades, a Robert Browning. la isla es también el lugar desde el que se comunican las voces, los poetas, las imágenes, los recuerdos. Entre otros textos para la traducción, el autor de Dépla cements (1996), de Rites (1998) y de Archéologies & visa ges (2002)1, envía a Eugenio Padorno «¿Qué otra cosa podrían ser sino lo que parecen?», su texto más reciente. Fauchereau toma las palabras del título de Hocus pocus (2015), de Eugenio Padorno, y en concreto de la sección «Postales». El texto sirve ahora para concluir Recortes de diarios. Serge Fauchereau, radical hasta el extremo, apura el sentido: todo es parecer, todo es apariencia, todos somos lo que parecemos; si esto es válido para un pequeño grupo de personas, de amigos de aquí o de allá, de un continente u otro, o de nuestro espacio cotidiano, hay que celebrar lo. El juego de la vida evita por un instante el naufragio: se adquiere cierta certeza. El parecer no está nada mal si hay dos poetas que dialogan, hablan y se traducen, aunque procedan de mundos diferentes. Se sale así del laberinto, aunque el destino sea el entrevisto por Williams y Auden en Paisaje con la caída de Ícaro. los otros, como en Brueghel el Viejo, continúan sus vidas sin prestar demasiada atención. Solo quedan cuadros, postales, recortes de libros, diarios. lo importante, no obstante, ha sido la audacia de aventurarse en lo desconocido y haber tocado la vida. El naufragio de uno será siempre un punto de partida para los otros, acaso para el lector.




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